Y se hizo el silencio, como se hizo el día deshilachando todo lo que la oscuridad anduvo poniendo en el manto de la noche…
Y el silencio quebró nuestras almas mientras las lágrimas iban sembrando el camino entre nosotros y el león que, cada vez, era más lejano. Una voz me iba diciendo en esos instantes: “¿Cómo lo vas a hacer para recuperar el corazón que tan atrás se queda? ¿Cómo vas a poder mirar con los ojos empapados y que, por más que quieran, nunca más volverán a ver de la misma manera? ¿Cómo aterrizar en tu hogar gris y lleno de cemento y soportar el peso de tus hombros después de descobrir la libertad de un salto?”
Y el silencio tejió todo el resto del viaje y fue marcando el ritmo a un paso lento. Y fue así como nos enfrentamos a la cruda urbe, al hostal con alfombras de pelos arqueológicos, sin ventanas ni luz, con escenas de policias y prostitutas, duchas frías con aires de exhibicionistas, a recorrer las mismas calles por no ver más, a bailar y cantar reavivando cualquier fiesta muerta por no soportar unas sábanas sucias, a mil horas en trolebus cruzando Quito con la espalda marcada por una mochila demasiado cargada, a agradecer cada ducha, a odiar el olor a pollo, a parar el autobús en cualquier lugar y por cualquier razón, a descubrir lo que es la verdadera claustrofobia y llegar, estar, partir, despedirse para, otra vez, llegar, estar, partir y decir, nuevamente, adiós.
Y el silencio se me hizo solemne y casi tangible cuando nos enfrentamos a la cruda y desgarradora naturaleza, a kilometros de arena desvirgada por nuestros pies urbanitas, a la sorpresa de descubrir que hay seres que se esconden en las rocas, a patas azules y a ballenas que te perdonan la vida porque eres para ellas como una hormiga y a dar gracias a la vida por dejarte ser una más del espectáculo increíble que cuece cada día. Allí escogí la soledad de perderme en una cabaña en el bosque rodeada de los temblores húmedos de la noche y, devorada por las sombras, me puse a escribir, escribir, escribir…
Y, entonces, el silencio me devoró a mí…
Para leer más:
El león que se despierta. Capítulo I.
M’encaten els textos suggerents, però no explícits. Que no expliquen les coses directament, sinó que permeten al lector interpretar, imaginar, i deixar-se emportar a través de la descripció, no dels llocs o les situacions, sinó de les sensacions i els estats d’ànim. M’encanten els textos com aquest 🙂
Moltes gràcies!!!
Esa cosmica!!!
…y el silencio nos devoro a todas